miércoles, 24 de agosto de 2011

Terapia Espiritual




Transcribo una parte del texto “Terapia espiritual”-Ramiro Calle, que considero me ha hecho falta en este proceso de crecimiento personal y como este blog es una secuencia ordenada de mi desarrollo y cambio interior paso a copiarlo.

La Insatisfacción

La Insatisfacción crea ansiedad, angustia, confusión y malestar.
Roba el sosiego, la claridad mental y el bienestar anímico, causa sufrimiento e impele a buscar compulsivamente la manera de encontrar el remedio a ese sentimiento, del mismo modo que el sediento busca agua para saciar su sed. Esa energía en forma de insatisfacción nos moviliza para buscar el modo de llenar dicho hueco interior. La cuestión es cómo nos proponemos cubrirlo: si con numerosas actividades ajenas, proponiéndonos todo tipo de logros y metas, buscando otras personas que nos la satisfagan o acumulando los llamados “éxitos profesionales o sociales”
Pero si procuramos al menos una parte de nuestra vida a las prioridades más esenciales de un ser humano (salvo las necesidades básicas) que son:

Paz interior

Salud mental

Salud física

Optimas relaciones con los seres queridos.

Este aprendizaje integral es la verdadera terapia espiritual en ella se implica el cuerpo, aparato psíquico y el modo de involucrarnos y relacionarnos con los demás, Buda pensaba: “ayudándonos a nosotros mismos, ayudamos a los demás, ayudando a los demás, nos ayudamos a nosotros mismos”
Nadie puede ejecutar el trabajo interior, o sea sobre uno mismo, por otro. Compete a cada persona que quiera seguir la senda del bienestar y uno mismo es su artífice, su maestro y su terapeuta.

Mediante el desarrollo de uno mismo, la evolución de la conciencia y el real autoconocimiento, como vamos dándole un sentido supremo a la vida humana, pero además con un carácter pragmático: estamos mejor preparados para resolver la vida exterior, colaborar en las de los otros y sentir más aplomo ante las circunstancias adversas. Al sentirnos integrados, seguros, confiados y dispuestos a aceptar y no a inventar a los otros, los vínculos afectivos son más sólidos y sanos, y el cariño prevalece más allá de cualquier diferencia de caracteres o intereses vitales.


La vía de la acción diestra (contemplación en la acción)

La acción puede convertirse en actitud de meditación e instrumentalizarse para seguir evolucionando y ponernos a prueba a nosotros mismos para poder explorar en la actividad y en la vida cotidiana nuestros estados mentales, para superar los nocivos y potenciar los constructivos. Pero hay que aprender a relacionarse más sabiamente con la acción y no dejar que nos aliene, no ansiar los resultados, que vendrán por añadidura si tienen que venir. Obviamente, si la acción es más precisa, diestra y sagaz, los resultados vendrán con más facilidad, como la rueda de la carreta sigue a la pezuña del buey, pero no hay que tensarse ansiando los resultados, porque se pierde mucha energía, se desvanece el sosiego y se alimenta mucha codicia.

Por desgracia, la mayoría de las personas, en una sociedad en la que solo prima la productividad y el culto al ego, busca desesperada y neuróticamente los resultados.

La acción en si misma solo se valora porque traerá resultados y no por la acción misma. Es una lástima, porque entonces la acción se corrompe, pierde su precisión y belleza, se torna un medio insustancial y no un instrumento de crecimiento de la conciencia y evolución interior. Es mucho más saludable apreciar la acción por la acción misma y comprender que el camino ya es la meta, el proceso ya es el logro, la ladera ya es la cima.
Cada momento cuenta, cada instante tiene su peso específico. Aquí y ahora, con plenitud, conciencia y desapego, aquí y ahora, con apertura de mente y de corazón, valorando el proceso y no solo sus consecuencias o resultados, aquí y ahora sin aferramiento ni inútiles resistencias, con la espontaneidad con que la luna se refleja en las aguas del lago, sin bloqueos, convirtiendo la realidad inmediata en un ejercicio de atención consciente y ecuanimidad para no dejar de aprender, renovarse y ser. Si uno está en los resultados, no está en la acción, si uno está en las metas, se pierde el interesante camino hacia las metas. Hay un adagio que reza “cuanto más lo busco, más lo pierdo “y otro que dice “sigue corriendo si quieres. Al final encontrara la meta: se llama muerte”.

La instrucción es “Haz lo mejor que puedas en cualquier momento y circunstancia, con precisión y destreza, atenta y sosegadamente, sin dejarte alienar por la acción y sin obsesionarte por los resultados”. Por tanto todo en esta vida se puede volver un magnifico medio para el entrenamiento de la conciencia y la puesta en marcha de nuestras fuerzas de evolución. Cuando se opera de esta manera, el desgaste es menor y la vida misma se convierte en un maestro, en un continuo ejercitamiento. Pero esta actitud que combina la entrega y el desasimiento no es fácil. A menudo nos dejamos prender por toda suerte de automatismos y nos obsesionamos tanto por lo que hacemos como por lo que podemos conseguir. Entonces, la acción ya no es ni armónica ni bella, está marcada por el egoísmo, nos arraigamos mórbidamente en ella y deja de ser estimulante o placentera, porque es solo un medio para conseguir un fin. La acción entonces no representa un encuentro con uno mismo ni un método de integración, sino una actividad que ansía y fragmenta.

Bregar con la vida diaria es un excelente ejercitamiento de yoga. Hay que ir aprendiendo a vigilar más estrechamente los actos, las palabras y la mente. Tenemos que aprovechar la relación con el mundo y sus eventos para ampliar la capacidad de comprensión. Si estamos en cada momento y cada momento cuenta, no tendremos tanta insatisfacción y no perseguiremos con tanta zozobra mitigarla.

Toda experiencia, placentera o no, es un recurso para el autoconocimiento y la evolución de la conciencia. Ambas son útiles. Tanto el disfrute como el sufrimiento nos ayudan a potenciar la ecuanimidad y a recuperar el equilibrio. Son ocasiones fantásticas para examinar las tendencias de aferramiento y rechazo, a la luz de la conciencia y la firmeza de mente. Vamos desarrollando así otro modo de percepción, menos limitado y menos condicionado por las reacciones. No hay lugar para autoengaños, aferramientos, culpabilizaciones ni escapismos. Seguimos la vía del aquí-ahora, de la confrontación y la no evasión, y no la vía del escapismo, que se ha vuelto ya en nosotros un habito muy poderoso. Así, el viaje hacia afuera que es la vida se torna también viaja hacia adentro.

Lo importante no es lo que la experiencia hace con nosotros, sino lo que nosotros seamos capaces de hacer con la experiencia. Lo que a unos embota, a otros esclarece. Depende de la actitud y la percepción. En lugar de estar en las memorias negativas o en las expectativas fantasiosas (que enturbian el entendimiento) se está en lo que va siendo a cada momento y se celebra con una mente despierta y vital.

En un brevísimo discurso, Buda dijo a sus discípulos: “Venid y mirad” Eso es lo que dijo. Si la mente esta atiborrada de conceptos, saturada de cachivaches psicológicos, obsesionada por lo que pueda ocurrir y no pendiente de lo que es, abocada a toda suerte de expectativas, entonces no está capacitada para el aprendizaje, porque no está abierta. El refugio no está fuera de nosotros, sino dentro. Nadie nos puede completar si no es nosotros mismos a nosotros mismos. El ego es un hábil ilusionista y nos engaña con sus artimañas, haciéndonos creer que lo de afuera puede satisfacernos plenamente y completarnos. No es posible. Además la visión del ego es muy parcial y lo que nos ayuda a crecer es una visión de la totalidad.

En la vida cotidiana se activan los mecanismos de aferramiento y rechazo. Es la gran oportunidad para examinarlos e irlos superando. El aferramiento solo conduce a más aferramiento, el rechazo, a más rechazo, la acumulación de éxitos mundanales no tiene fin, siempre querremos cubrir más objetivos, más metas… pero en lo profundo, en nuestro interior, sigue la insatisfacción, la neurosis. El deseo aferrante crea tensión, desasosiego, inquietud enfermiza.

La acción no es libre, pura, creativa. Uno puede llegar a perder de vista su naturaleza esencial, el significado más profundo de la vida. Las apariencias son apariencias y pueden ser divertidas, pero siguen siendo apariencias. Es la búsqueda de reflejos y no de lo que hace posible los reflejos. Como dice el adagio “el dedo que apunta a la luna no es la luna”. La vida es una oportunidad para el cambio interior, para ser más libres, plenos, amorosos y cooperantes. Pero ¿queremos modificarnos y mejorar? ¿Queremos madurar y abandonar la jaula de la neurosis? Tal vez somos como el loro de la siguiente historia:

Vivía enjaulado desde hacía años y su propietario era un anciano. Pero un día llego un amigo del anciano a pasar la tarde con él. Durante la velada, el loro no hizo otra cosa que gritar:

¡Libertad, libertad, libertad!
No cesaba de reclamar libertad. El visitante estaba muy apenado. Pasados unos días, no podía dejar de pensar en el animalillo. Así que decidió ponerlo en libertad. Para ello aprovecho una mañana en la que el anciano había ido al mercado. Furtivamente entro en la casa y corrió hacia la jaula del loro. El animal ya había comenzado a gritar incesantemente “¡Libertad, libertad, libertad! “Al hombre se le partía el corazón. ¿Cómo no sentir piedad del loro? Presto, se acercó a la jaula y abrió la puertecilla de la misma. Entonces el loro, aterrado, se lanzó al fondo de la jaula, se aferró con el pico y las garras a las barras de su cárcel y negándose a ser liberado, siguió gritando:
¡Libertad, libertad, libertad!


Fuente: Texto Terapia espiritual- Ramiro Calle

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